Reseña de DAVID CHIC:

Zaratustra (o Zoroastro) predicaba un monoteísmo basado en la lucha entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas. Su religión, el zoroastrismo, es una idea espiritual que mezcla judaísmo, cristianismo e islam. Pero más antigua, minoritaria y desconocida. En el Irán actual todavía pervive la llama del antiguo dios barbudo.

Nicolas Wild (‘Kabul Disco‘) narra en ‘Así calló Zaratustra’ (Dibbuks, 2012) su encuentro casual en París con los familiares y amigos de Cyrus Yazdani, uno de los grandes estudiosos y divulgadores persas de la religión en Irán. Recientemente ha sido asesinado y mientras un eterno juicio trata de desenmascarar al culpable, sus allegados regresan al desierto iraní para conmemorar el cumpleaños de la figura y a poner el marcha el Centro Cultural Zoroástrico de Yazd que el fallecido había dejado a medias.

En el viaje (que en ocasiones puede recordar a los cuadernos de Guy Delisle) descubre que bajo el gris gobierno del ayatolá Jomeini se encuentra la semilla plantada por Zoroastro con una sociedad humanista, culta e inquieta que trata de romper con su agobiante situación. La irónica pero afectuosa mirada de Wild logra transmitir las contradicciones de un mundo cautivador aunque al mismo tiempo oscuro, en el que el humo de los narguiles dibuja volutas en las que se mezclan luminosas leyendas y la represión islámica de Ahmadineyad.

La segunda parte del libro se centra en la investigación judicial del asesinato. La vida, rica y fascinante de Cyrus (de Persia a París, de Los Ángeles a Londres) estuvo en todo momento dedicada a defender los preceptos de una religión que grabó en el cilindro de Ciro la primera declaración de los Derechos Humanos –aunque este aspecto sea históricamente discutible– y que se enfrentó abiertamente al fanatismo. Amenazado por los servicios secretos, su muerte coincidió con una ola de asesinatos a representantes de la vieja religión en todo el mundo. Crimen pasional, crimen político, crimen religioso… más preguntas que respuestas.

El dibujo de Wild destaca por la precisión en la recreación de los ambientes liberales de Irán o de los viejos vestigios arqueológicos en el desierto. Y la historia se vuelve especialmente emotiva cuando los personajes se adentran en el corazón del palacio de Yazd, edificio en el que el zoroastrismo vuelve a iluminar (o a oscurecer) las inquietudes humana, guiados por la sombra de un burlón Cyrus.

En todo caso, su toque art decó acaba convirtiendo el relato (inspirado en la historia real de Kasra Vadarafi) en una estupenda fábula sobre el poder de los mitos en el discurrir del presente. «Debo hundirme en el ocaso como el sol para iluminar a la gente de abajo», que diría Zaratustra.